La voz de los adoptados
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¿Qué es adoptar? Mi nombre es importante para mí.

Quien decide ser padre o madre por adopción asume un pasado de su futuro hijo que no le pertenece, un pasado que entre otras experiencias vividas fuera del hogar que se convertirá en permanente, conlleva el tener un nombre distinto al que sus padres adoptivos le hubieran puesto de haber nacido de ellos. 
Ese nombre que nos gusta, el que pensamos para nuestros hijos desde toda la vida, responde a una serie de atributos tanto físicos como temperamentales y psicológicamente se atribuyen a una determinada persona que existe en nuestra cabeza, pero que en realidad en ninguno de los casos es factible, se trata de un ente etéreo. No es necesario acceder a la adopción para darse cuenta de esto aunque tal vez sólo nos lo planteamos los padres adoptivos. 

Los niños biolólogicamente nacen de las barrigas de sus madres, pero sobre todo nacen de la cabeza de ambos progenitores, suponemos que en la confluencia de ambos casos radica el éxito de una paternidad anhelada. Tanto uno como otro han llegado al momento de sus vidas donde han tomado en consideración cómo sería tener un hijo juntos, con los atributos que son característicos de ambos progenitores, de ambas familias. Si esto no ocurre o pasa solamente en una de las dos partes, es cuando posiblemente tengamos un desequilibrio. 

 Llegados al punto donde consideramos la adopción como forma de construir una familia, debemos habernos despedido o elaborado este tipo de pérdidas, que aunque no son reales porque nunca existieron físicamente, significan mucho para nosotros porque es un trocito del futuro que juntos habíamos soñado y que en cierto modo ha quedado inexistente. Adiós proyecto, no te lamentamos ya más, hasta siempre.

¡Ahora vamos a adoptar un hijo! En realidad es algo nuevo, lo hemos decidido, lo anhelamos de una forma que realmente no suple al bebé que deseábamos tener, este niño no nace de nosotros ni de nuestras circunstancias, sino de las circunstancias de terceros a quienes no conocemos, pero que junto con nuestro deseo de ser padres por adopción se va a ver materializado en un hijo de ambos. ¿Cómo se llama? ¿Quién es?
Entonces viene la asignación, llega un niño o niña con unas características ajenas a las nuestras, con un pasado más o menos intenso fuera de nuestro círculo familiar que debemos respetar y en ocasiones con un nombre que nos suena lejano, a veces estrafalariamente extraño para lo que aquí se considera corriente ¿Qué hacemos? No es el niño cuyos atributos existían en nuestras cabezas, ya lo sabíamos, no corresponde al nombre que intentaríamos traducir ni interpretar en nuestro idioma ¿qué ocurre ahora? A veces esto pasa.

Para nosotros el nombre es una seña de nuestro yo, igual que para cualquier persona, lo sepamos conscientemente o no. Reafirmar una parte de nuestro origen así como sentirse orgulloso de ello, es conservar el nombre de pila que llevamos antes de nuestra adopción, nos lo pongan nuestros padres biológicos o cualquier otra persona. Como nos llamaban antes de nuestra adopción y cómo nos llaman después es algo que nosotros sabemos diferenciar y podemos incluso asociar a experiencias más o menos traumáticas (por este motivo habrá niños que no se quieran identificar con su nombre de origen si se lo han cambiado y niños que sí se sientan cómodos con él porque consideren sin ayuda externa que cambian los acontecimientos pero no la persona).
Si el nombre de origen se modifica consideramos que debe haber una explicación paternal para ello. Seguro que muchas veces se hace pensando en el bien de los niños porque ese nombre suene mal aquí porque igual significa algo distinto a lo que significaba en…»país de origen»…Pero esto no es óbice para explicarles junto con su adopción, desde pequeños, el nombre que tenían antes y los motivos que tuvimos para modificarlo.

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