La voz de los adoptados
logo_la-voz-de-los-adoptados

Cuando un sueño se desvanece

Para él…

Que me hizo vivir una experiencia inenarrable.

El catorce de noviembre alguien llamó a mi puerta, esa puerta que desde hace quince años  siempre dejo entornada por si ÉL llega… A veces, oigo pasos vacilantes  y quiero creer que es él, mi hijo, que se acerca asustado por miedo a no ser bien acogido. ¡Que bobo…! , si toda yo tiemblo y tengo que acallar los latidos de mi corazón con la sola idea de que sea él, de que al fin el milagro se haya producido.

Y esta vez creí que lo que más anhelo en esta vida había sucedido. Embarullada y desconcertada, al principio,  acabé acallando la razón y el  miedo a un nuevo desengaño para zambullirme de lleno en una feria de emociones y sentimientos para mí desconocidos.

¡Que ansiedad, que nervios, que incertidumbre, que desasosiego…!. Pero, cerré los ojos y abrí mi puerta de par para calmar su vacío, sus inquietudes y zozobras.

Hambrienta de perdón, de comprensión y consuelo; sedienta de cerrar la herida abierta hace cuarenta años y dar por prescrito el hecho más aciago y triste de mi vida, me deje enredar, embelesada cuando él empezó a llamarme mamá, ¡tan seguro estaba de que  era su madre!. Yo…, lloraba y lloraba, con un llanto reparador, cuando a mi llegaban sus palabras, anidaban en mi corazón como notas musicales de una partitura inédita para mí.

Sin querer atender a razones me sumergí en el sueño de ser madre. Una maternidad estrenada después de cuarenta años  de frustración, por una renuncia impuesta; de desvelos,  por la inquietud de qué habría sido de mi bebé, de ese hijo cuyo primer llanto, lo único que de él conocía, aún retumba a veces en mi corazón yermo.

Después de cuarenta años, mi hijo tenía semblante, voz, ojos de yerbabuena, una mirada limpia y franca… Ya no era una sombra de mi pasado. Y…, había llegado a mí con una hija, ¡mi nieta!, preciosa y dicharachera que se aferraba a mi mano como no queriendo que desapareciera. Cinco añitos rebosantes de vitalidad y energía.  Era una bocanada de aire fresco que, como un milagro, entraba en mi vida para resarcirme de tanto pesar, compensándome de tantos años de espera.

Me dejé llevar, más y más, ávida de darle toda la ternura estrangulada aquel 5 de octubre de 1971. Afanosa, por desempolvar todas las caricias para él guardadas. Anhelante de hacerle un hueco en mi vida.

A veces, un ápice de cordura me hacia decirle: “¡menudo batacazo nos vamos a dar cuando nos den el resultado de las pruebas!”. Él, siempre me respondía: “eso es imposible, tu eres mi madre y eso nada ni nadie lo puede cambiar”. Yo…, asfixiaba mis dudas ante la necesidad de que fuera cierto lo que él sostenía.  Le propuse que, si llegado el momento, la vida nos negaba la felicidad de festejar  nuestro encuentro, nos apoyáramos el uno en el otro para superar la frustración y la aflicción que ello nos conllevaría. Se lo decía más pensando en él, al fin y al cabo a mí, los reveses acaecidos a lo largo de mi existencia me han curtido y hecho más fuerte. No quería, no podía dejarlo sólo ante el vacío que se abriría de nuevo ante él…

Efectivamente, la ciencia me despertó de este cálido sueño, no éramos madre e hijo. Él no quiso despertar de esa ilusión por ambos fabricada y nutrida por el afán  de poner fin a una búsqueda. Un caminar a ciegas plagado de  dificultades, un camino escabroso y arduo, que a veces te quiebra.

Lloré en su hombro mi desengaño, mientras él se aferraba a mí no queriendo que la fantasía de haber encontrado a su madre se desvaneciera.

El verlo como un niño desorientado y desamparado, me inspiraba más ternura y cariño. Después de  todo lo vivido unidos durante esos largos días, y sobre todo noches de insomnio,  se había creado un lazo entre ambos que creí que ya nada, ni nadie podría romper.

Yo, por mi experiencia familiar, hace tiempo que dejé de creer en los las ataduras impuestas por la biología  y ya, solamente creo en los vínculos que libremente elijo, dándole el contenido y la forma que ambas partes decidamos. Para él era su madre, pues para mí sin serlo, sería mi hijo.

Sin previo aviso, sentí como se iba alejando de mí, como poco a poco me iba dejando al margen de su vida. Estaba en su derecho, no le iba a reprochar por ello. Pero,  necesitaba saber el por qué. Todo era verdades a medias; sus respuestas eran vagas, confusas e, incluso, incongruentes…

Me resistí hasta donde pude pensando que estaría asumiendo que no era su madre y esto le causaba un gran dolor. No lo sé y creo que nunca lo sabré. Cada una de sus evasivas, de sus desaires me dolían  y fui yo la que para no afligirme más, para salvaguardarme, porque no sabía ya que más podía hacer, la que puso fin a esa relación. Lo que él nunca sabrá es lo que me dolió tomar esa decisión.

Esta, a pesar de todo, bonita experiencia me ha hecho ver que no ando por ahí por si mi hijo me busca. No, es que todo mi ser clama porque me busque y me encuentre.

Si esto de alguna forma te llega, solo quiero que sepas que mi puerta sigue entornada por si decides volver. Gracias por haberme hecho feliz.

Me quedo con tu sonrisa dormida en mi recuerdo…

———————

Aún estaba evocando, un tanto nostálgica, su sonrisa y sus ojos de yerbabuena, cuando él volvió a mi pidiéndome perdón y relatándome el por qué de su desapego. ¡Dios!, ¡cómo le ha golpeado la vida a mí niño!. Tenía motivos sobrados para replegarse en sí mismo.

Le abrí de nuevo mi puerta, pesarosa de habérsela cerrado por no haber confiado más en él.

Mi corazón está ligado a él, ahora más que nunca. Mi afán, apoyarle incondicionalmente para que salga del pozo donde le ha sumergido ese penoso suceso porque si, como me dices, tú me sigues percibiendo como tú madre, yo te acojo como mi hijo.

Cielo, para ti siempre estaré.

CHUS, MADRE DEL ALBA

{jcomments on}

Varios comentarios

  • Querida Chus,

    Me encantaría poder hablar contigo. Te dejo mi mail para poder contactar
    (oculto). Estoy escribiendo un guión y, tu historia es conmovedora.
    Gracias de antemano.
    Un saludo